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EL PERFORMANCE DESDE CONCEPCIONES-OTRAS DEL CUERPO

GUATEMALA

Pensar la práctica del performance o el arte acción implica partir del cuerpo, pero ¿de qué noción de cuerpo es de la que se está partiendo o cuál se está construyendo por medio de esta práctica? ¿qué significa no sólo pensar el performance sino también pensar el cuerpo desde nuestra localización? ¿cómo podemos, por medio del arte del performance –que surge desde una concepción particular de arte y de cuerpo– cuestionar, dislocar y abrir estas nociones para superar las lógicas colonialista, patriarcal, capitalista y antropocéntrica que han determinado qué es el arte, quiénes tenemos derecho a un cuerpo, a ser considerados humanos y a partir de ello a ser artistas?


Desde concepciones no occidentales o eurocéntricas, el cuerpo no es parte de la constitución de un individuo o mera apertura al mundo. El cuerpo no solo participa en el mundo como dice Pierre Bourdieu o en el medio socio histórico al que ha sido arrojado sino crea y transmite saberes, memorias, sentires y afectos performativamente. No obstante, como señala Judith Butler, participar en el mundo –lo que también implica performatividad en su sentido más amplio– nos lleva a reproducir y ritualizar convenciones sociales establecidas, convirtiéndolas en hábitos. Esta es una de las aporías ampliamente analizadas acerca del performance: uno que es capaz de transformar nociones superando las limitaciones del lenguaje y la concepción androcéntrica de la representación y, por otro lado, de replicar normas establecidas hasta el punto de reforzarlas. Así, pensar la práctica del performance desde la lente del arte contemporáneo conlleva siempre una invitación a considerar dicha aporía y partir de esta, con el cuerpo dirigido hacia prácticas-otras de cuerpos-otros.


La relación entre los cuerpos y el territorio (donde territorio no implica límites, fronteras ni propiedad), o la tierra, propia de epistemologías y ontologías no occidentales, nos brinda un punto de partida para una reflexión (que busca ser más difracción) del arte del performance. Desde esta perspectiva, la afirmación de Diana Taylor de que “el cuerpo es un campo social” adquiere otros matices y abre posibilidades más amplias para la práctica, evitándonos caer en la trampa del arte como sistema de generar –o replicar/ reflejar– discursos antes que prácticas y cuidando la práctica de convertirse en espectáculo. Los cuerpos, entonces, no se posicionan con respecto al mundo sino están constituidos por este (mi cuerpo no termina en mi piel, sugiere Donna Haraway, mientras Daniel Brittany Chávez plantea dejar de pensar la piel como superficie para verla “en toda su porosidad”). Son, entonces, cuerpos encarnados, localizados y en devenir implicados en configuraciones complejas con otrxs, humanos y no humanos. En este sentido, aplicar las lógicas de un territorio demarcado por confines a las nociones de cuerpo, como muchas veces se ha hecho, puede resultar problemático. Invocando de nuevo a Haraway, resaltamos aquí la idea de que importa qué lenguaje usamos para nombrar lo que no ha sido nombrado o lo que queremos transformar. 


El perfomance, como acto vivo e intervención encarnada, implica un pasar por el cuerpo aquello que quiere plantearse, evidenciarse o dislocarse –por saberes, sentires, afectos, memorias, etc. constituidas en relación con otrxs y el mundo en que nos situamos–, lo que no sólo resalta la diferencia entre otrxs, diversos, sino que también crea diferencia pues ese pasar por el cuerpo conlleva una difracción del mundo. La difracción también resalta el hecho de que nada puede ser realmente representacional, algo que el performance ha buscado desde sus primeros planteamientos en el arte. Adicionalmente, las relaciones y ensamblajes que nos constituyen como cuerpos –como enredos performativos– son amplios y complejos y, claro está, no se limitan a lo humano, como tampoco son reducibles a concepciones de cultura. De hecho, las prácticas performáticas desde concepciones-otras de cuerpos pueden generar aperturas para un re-pensar lo humano, una categoría excluyente desde su mera concepción androcéntrica ejemplificada, como señala Gayatri Spivak, por la figura del hombre de Vitruvio. Las fronteras entre los cuerpos nombrables y los no nombrables se van difuminando, más que atravesando. Desde ahí, por ejemplo, es posible “ofrecer una lectura amplificada de relatos de las prácticas creativas, improvisadas y efímeras a través de las cuales [incluso] plantas e insectos se implican en sus vidas de manera recíproca”.


Texto curado por el de Comite-Guatemala

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